
Tomado de http://elcastellano.org/
Entrevista a Miguel Benasayag realizada por Régis Meyran.
En el término “inteligencia artificial” (IA), la palabra “inteligencia” es solo una metáfora. Pues, si su capacidad calculatoria excede la del hombre, la IA no puede dar sentido a sus propios cálculos. Para el filósofo y psicoanalista argentino Miguel Benasayag, reducir la complejidad de la vida a un código informático es ilusorio, al igual que es absurda la idea de que una máquina pueda sustituir al hombre.
¿Qué distingue a la inteligencia humana de la artificial?
La inteligencia viva no es una calculadora. Es un proceso que articula la afectividad, la corporeidad, el error. Supone la presencia del deseo y de una conciencia en el ser humano de su propia historia a largo plazo. La inteligencia humana no es pensable fuera de todos los demás procesos cerebrales y corporales.
A diferencia del hombre o el animal, que piensa con la ayuda de un cerebro en un cuerpo, él mismo inscrito en un entorno, la máquina produce cálculos y predicciones sin poder darles un significado. La cuestión de saber si una máquina puede sustituir al hombre en realidad es absurda. Es el organismo vivo quien da un sentido, no el cálculo. Muchos investigadores en IA están convencidos de que la diferencia entre la inteligencia viva y la inteligencia artificial es cuantitativa, cuando en realidad es cualitativa.
Dos ordenadores del programa Google Brain habrían logrado comunicrse entre sí en un “lenguaje” que ellos mismos habrían creado y que sería indescifrable para el hombre… ¿Qué piensa?
Simplemente no tiene sentido. De hecho, cada vez que se lanza el programa, las dos máquinas repiten sistemáticamente la misma secuencia de intercambio de información. Y no es un lenguaje, no comunica nada. Es una mala metáfora, como decir que la cerradura “reconoce” la llave. Del mismo modo, algunas personas dicen que son “amigas” de un robot. Incluso existen aplicaciones para teléfonos inteligentes que se supone que permitirían “dialogar” con un robot. Tome por ejemplo el caso de la película Her (Ella), de Spike Jonze (2013): tras una serie de preguntas a un hombre que permiten cartografiar su cerebro, una máquina fabrica una voz y respuestas que desencadenan un sentimiento de enamoramiento en el protagonista. ¿Pero podemos tener una relación romántica con un robot? No, porque el amor y la amistad no se reducen a un conjunto de transmisiones neuronales en el cerebro.
El amor y la amistad existen más allá del individuo, incluso más allá de la interacción entre dos personas. Cuando hablo, participo en algo que tenemos en común: el lenguaje. Lo mismo ocurre con el amor, la amistad y el pensamiento: son procesos simbólicos en los que los humanos participan. Nadie piensa en sí. Un cerebro da su energía para participar en el pensamiento. A aquellos que creen que la máquina puede pensar, debemos responder: ¡sería sorprendente que una máquina piense, ya que ni siquiera el cerebro piensa! Lee el resto de esta entrada »