Y para refrescar, nada mejor que este homenaje del escritor villaclareño Yamil Díaz Gómez a Onelio Jorge Cardoso en su centenario.

Para Onelio, en su centenario. Para Alberto Vega Falcón, quien me contó la anécdota.
—-¡Grano de Oro…! ¡Maravilla…! ¡Grano de Oro…! ¡Maravilla…!
Cuando la voz del viejo Oropeza tronaba en las llanuras del sur, el universo entero obedecía, no solo sus dos bueyes medio eternos. Era, como su bisabuelo Sancho, hombre de poca sal en la mollera, pero, eso sí, a honrado y a trabajador no había quien le sacara una cuarta: ese hombre valía lo que pesaba, en oro.
Oropeza estaba arando un campito que se vería precioso desde las nubes la mañana en que el universo no lo quiso obedecer, la cabrona mañana en que Maravilla amaneció muerto.
—¡Maravilla, carijo, levántate y anda! ¡Maravilla…!
—Papá —por fin Oropecita se atrevió—, si lo que falta es una punta. Pida prestá la yunta del compadre y verá que enseguida liquidamos.
—¡Qué yunta ni qué yunta! ¡Esto lo terminamos ahora mismo o me dejo de llamar Oropeza!
A ver, muchacho, enyúgame con el otro buey!
Oropecita se quedó más mudo que una estaca. Y hasta Grano de Oro disparó una mirada que parecía puro asombro.
—¡Pero, papá…! Mire, yo salgo y busco otra yunta, no se me ponga así.
—¡Que me enyugues te digo, y, si ves que no camino o que no halo parejo, tú me pinchas!
Oropecita tampoco era de mucha sal en la mollera, pero a obediente de su padre no le sacaba una pulgada nadie.
Desde las nubes se veía cómo el joven guajiro enyugaba a su padre, cómo avanzaba, pinchando a izquierda y a derecha, hasta que la tierrita quedó lista.
Y en las llanuras cienfuegueras retumbaba la voz de Oropecita, algo nerviosa:
—¡Grano de Oro…! ¡Papá…!
Yamil Díaz Gómez