Este miércoles fuimos (mis compañeros de trabajo y yo) a una excursión al lago del Hanabanilla, en el corazón del Escambray villaclareño.
Recorrimos toda la presa Hanabanilla en una patana que fue la delicia de todos; y claro, pasamos muy cerca del hotel de ese nombre, muy demandado por el turismo foráneo, quizás no tanto por el hotel en sí como por el paraje en que está enclavado.
Nos bañamos largo rato en la cascada y de paso, nos bañamos de verde con la exuberancia de aquellos parajes. Finalmente, los compañeros de Flora y Fauna del lugar nos brindaron un almuerzo exquisito, el que no puede faltar en ocasión como esta: congrí, yuca con carne de cerdo y aguacate, y para colmo de dicha, también café. La merienda había sido confeccionada sobre la base de frutas naturales.
Luego, caminamos por un sendero que conduce a Río Negro. ¡Qué poco aptos estamos para subir y bajar lomas! Unos, por entrados en años y otros, por sedentarios. Pensé que mi corazón no soportaría la prueba.
El regreso fue bajo la lluvia. Y, por supuesto, todos en la parte de arriba de la patana recibiendo el aire escambradeño y el agua que San Pedro, antusiasmado, quiso regalarnos.
Al llegar a casa, rapidito, a descargar la cámara en la computadora. Ya después solo quedaba decirnos muy hacia adentro: Pero, ¡qué linda es Cuba!
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